No son artistas consolidados, son herramientas para dominar a los débiles

Fernando Alvarez del Castillo
Lo ocurrido en Aguascalientes con el cantante Natanael Cano no es una anécdota más para el mundo del espectáculo. Es una alarma social que debería encender focos rojos en todo el país.
El acto deliberado de desobediencia del intérprete de corridos tumbados quien, en pleno escenario, decidió desafiar las disposiciones oficiales e interpretar un narco-corridos, no solo fue una afrenta a la autoridad, sino una muestra preocupante del tipo de “artistas” que hoy están moldeando la conciencia de los jóvenes.
Es simple; cuando alguien como Natael Cano ignora intencionalmente una norma impuesta para proteger el tejido social de una comunidad y lo hace, además, con soberbia, groserías y un discurso de víctima, lo que está enseñando es que en México desobedecer no tiene consecuencias. Que burlar la ley es divertido.
Que el espectáculo está por encima del orden. Y eso, en un país donde la violencia ha dejado a miles de familias rotas, no es solo irresponsable. Es inaceptable.
La música siempre ha tenido el poder de inspirar, de sanar, de construir. Pero también puede destruir. Cuando un cantante decide glorificar al crimen organizado, romantizar la violencia y presentar como aspiracional una vida de excesos, armas y sangre, está reclutando literalmente a los más vulnerables. A los que no tienen herramientas para distinguir el arte de la propaganda. A los que confunden la rebeldía con la estupidez.
Porque, seamos claros: no hay nada artístico en ensalzar al sicario. No hay nada valiente en decir “ya nos la pelamos otra vez” cuando lo único que hiciste fue no tener el valor civil de respetar una ley. Lo que hizo Cano no es libertad de expresión. Es promoción descarada de una cultura que mata.
Aplaudimos a las autoridades de Aguascalientes por cortar el sonido. Ojalá otras ciudades hicieran lo mismo. La verdadera censura no viene del Estado, viene de esos ídolos que quieren convencernos de que hay que desobedecer para ser auténticos.
No, Natanael. La autenticidad no está en retar la ley; está en usar el talento para algo que eleve, no que degrade. Ahí está Alfredo Olivas, por ejemplo.
Lo ocurrido en Aguascalientes con el cantante Natanael Cano no es una anécdota más para el mundo del espectáculo. Es una alarma social que debería encender focos rojos en todo el país.
El acto deliberado de desobediencia del intérprete de corridos tumbados quien, en pleno escenario, decidió desafiar las disposiciones oficiales e interpretar un narco-corridos, no solo fue una afrenta a la autoridad, sino una muestra preocupante del tipo de “artistas” que hoy están moldeando la conciencia de los jóvenes.
Es simple; cuando alguien como Natael Cano ignora intencionalmente una norma impuesta para proteger el tejido social de una comunidad y lo hace, además, con soberbia, groserías y un discurso de víctima, lo que está enseñando es que en México desobedecer no tiene consecuencias. Que burlar la ley es divertido.
Que el espectáculo está por encima del orden. Y eso, en un país donde la violencia ha dejado a miles de familias rotas, no es solo irresponsable. Es inaceptable.
La música siempre ha tenido el poder de inspirar, de sanar, de construir. Pero también puede destruir. Cuando un cantante decide glorificar al crimen organizado, romantizar la violencia y presentar como aspiracional una vida de excesos, armas y sangre, está reclutando literalmente a los más vulnerables. A los que no tienen herramientas para distinguir el arte de la propaganda. A los que confunden la rebeldía con la estupidez.
Porque, seamos claros: no hay nada artístico en ensalzar al sicario. No hay nada valiente en decir “ya nos la pelamos otra vez” cuando lo único que hiciste fue no tener el valor civil de respetar una ley. Lo que hizo Cano no es libertad de expresión. Es promoción descarada de una cultura que mata.
Aplaudimos a las autoridades de Aguascalientes por cortar el sonido. Ojalá otras ciudades hicieran lo mismo. La verdadera censura no viene del Estado, viene de esos ídolos que quieren convencernos de que hay que desobedecer para ser auténticos.
No, Natanael. La autenticidad no está en retar la ley; está en usar el talento para algo que eleve, no que degrade. Ahí está Alfredo Olivas, por ejemplo.