La nostalgia de la versión que amamos ser
Por Elsa Chávez
Existen momentos en la vida en los que no solo extrañamos a alguien, sino que nos
extrañamos a nosotras mismas. No la versión ansiosa o insegura que a veces emerge en las relaciones, sino aquella que aparece cuando el amor nos expande en lugar de contraernos.
Esa versión que ríe con facilidad, que se muestra espontánea, íntima y profundamente auténtica. Extraño a esa mujer que se permitía involucrarse con ilusión: la que disfrutaba descubrir la vida del otro, compartir secretos triviales, dormir acompañada sin preocuparse por su aspecto al despertar.
Extraño los gestos cotidianos, los roces inesperados en el pasillo, los bailes improvisados en la cocina, los domingos en pijama y sin maquillaje que en realidad
construyen la intimidad de una pareja.
Extraño la naturalidad con la que podía amar.
Extraño la versión de mí que cocinaba platos que detestaba preparar solo para ver la
reacción del otro; la que planeaba fines de semana con emoción infantil, la que se dejaba sorprender por lo simple. Extraño, sobre todo, a la mujer que solo aparece cuando el amor se siente como un espacio seguro.
La psicología del apego explica que cada persona tiene “versiones afectivas” que emergen según la calidad del vínculo. Cuando nos sentimos vistas, valoradas y tranquilas, surge nuestro yo más auténtico, aquel que juega, que cuida, que confía. No extrañamos a alguien en particular, sino el estado emocional que esa relación despertaba en nosotras.
La neurociencia lo ha mostrado también: la seguridad emocional activa redes cerebrales asociadas al bienestar, la creatividad y la calma. Sin embargo, después de una relación dolorosa, es común transitar un periodo de repliegue.
El sistema emocional prioriza la protección: vemos más razones para marcharnos que para quedarnos, y los recuerdos del daño pesan más que los del amor vivido. En ese tránsito, la versión enamorada queda suspendida, como si estuviera en pausa.
Hoy me encuentro justo ahí: en una etapa donde me miro con nostalgia. Extraño mi
capacidad de ilusionarme sin reservas, de entregarme sin análisis excesivos. Extraño la ligereza que tenía cuando confiaba. Y aunque sé que este estado es parte natural de un proceso de reparación, también confío en que no es permanente.
Eventualmente, el amor, o las condiciones para él, vuelve a alinearse. No como un evento extraordinario, sino como el encuentro entre el tiempo adecuado, la persona adecuada y la valentía renovada. Y cuando eso ocurra, espero reencontrarme con esa versión mía que amo tanto: la mujer que aparece cuando me siento en un lugar seguro para amar, crear y ser.
Cualquier opinión al respecto de este mensaje; llame al teléfono, o WhatsApp:
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Extraño los gestos cotidianos, los roces inesperados en el pasillo, los bailes improvisados en la cocina, los domingos en pijama y sin maquillaje que en realidad
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Extraño la naturalidad con la que podía amar.
Extraño la versión de mí que cocinaba platos que detestaba preparar solo para ver la
reacción del otro; la que planeaba fines de semana con emoción infantil, la que se dejaba sorprender por lo simple. Extraño, sobre todo, a la mujer que solo aparece cuando el amor se siente como un espacio seguro.
La psicología del apego explica que cada persona tiene “versiones afectivas” que emergen según la calidad del vínculo. Cuando nos sentimos vistas, valoradas y tranquilas, surge nuestro yo más auténtico, aquel que juega, que cuida, que confía. No extrañamos a alguien en particular, sino el estado emocional que esa relación despertaba en nosotras.
La neurociencia lo ha mostrado también: la seguridad emocional activa redes cerebrales asociadas al bienestar, la creatividad y la calma. Sin embargo, después de una relación dolorosa, es común transitar un periodo de repliegue.
El sistema emocional prioriza la protección: vemos más razones para marcharnos que para quedarnos, y los recuerdos del daño pesan más que los del amor vivido. En ese tránsito, la versión enamorada queda suspendida, como si estuviera en pausa.
Hoy me encuentro justo ahí: en una etapa donde me miro con nostalgia. Extraño mi
capacidad de ilusionarme sin reservas, de entregarme sin análisis excesivos. Extraño la ligereza que tenía cuando confiaba. Y aunque sé que este estado es parte natural de un proceso de reparación, también confío en que no es permanente.
Eventualmente, el amor, o las condiciones para él, vuelve a alinearse. No como un evento extraordinario, sino como el encuentro entre el tiempo adecuado, la persona adecuada y la valentía renovada. Y cuando eso ocurra, espero reencontrarme con esa versión mía que amo tanto: la mujer que aparece cuando me siento en un lugar seguro para amar, crear y ser.
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