La falda de Giulianna

Fernando Álvarez del Castillo
En días recientes, la diputada Giulianna Bugarini fue objeto de ataques y burlas en redes sociales por el simple hecho de portar una falda corta durante un acto protocolario en el que se reconoció la labor de los Bomberos de Michoacán.
Los comentarios, lejos de enfocarse en su papel como presidenta del Congreso del Estado, se dirigieron a descalificarla por su apariencia, reavivando ese machismo cotidiano que, aunque algunos prefieren maquillar como “opinión” o “libertad de expresión”, no es otra cosa que violencia disfrazada.
El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla no dudó en señalarlo de manera contundente, al afirmar que como sociedad seguimos arrastrando creencias arcaicas que han limitado el progreso social. Las mujeres, dijo, son libres de vestir como les acomode. Y esa frase, tan sencilla como obvia, aún parece incomodar a más de uno.
La coordinadora de comunicación social del estado, Záyin Villavicencio, también subrayó que los ataques contra la legisladora no son simples críticas; son violencia, y el Estado no dará marcha atrás en la defensa de los derechos de las mujeres.
Ante este panorama, la propia Bugarini Torres presentó una denuncia ante la Fiscalía Especializada en Delitos de Violencia de Género. Lo hizo, dijo, no solo en su calidad de diputada, sino como mujer y como madre. Recordó que mientras ella fue atacada por usar una prenda, miles de michoacanas enfrentan cada día realidades mucho más crueles: violencia doméstica, agresiones físicas, violaciones y, en los casos más extremos, feminicidio.
Su mensaje fue claro: “La violencia de género, bajo ninguna circunstancia, se debe normalizar”.
Una sociedad que retrocede
Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar. En pleno 2025, seguimos presenciando cómo parte de la sociedad dedica más energía a criticar la ropa de una mujer que a evaluar su trabajo legislativo o su compromiso político, lo que a grandes luces muestra un claro atraso cultural y social.
Mientras desde el Congreso se promueven leyes para prevenir y sancionar la violencia contra las mujeres, desde el anonimato de una pantalla muchos se empeñan en replicar la misma violencia que dicen rechazar. Se grita libertad de expresión, cuando en realidad se ejerce un linchamiento digital que solo perpetúa el machismo.
El punto de congruencia
La denuncia de Bugarini no es un acto menor ni un capricho personal. Es un mensaje fuerte. Ni la ropa, ni la apariencia, ni la condición de género deben ser pretexto para descalificar, atacar o violentar. La verdadera libertad de expresión no debería ser utilizada para degradar, sino para construir un debate más digno y respetuoso entre la cumbre política, y la ciudadanía. Además de que paso desapercibido por completo, el anuncio de Bugarini a favor de los cuerpos de emergencia, tras anunciar una reforma para dignificar su labor.
Lo ocurrido debería indignarnos como sociedad, no por la falda, sino porque seguimos demostrando que aún cargamos con cadenas de prejuicios que impiden avanzar hacia una cultura de igualdad.
En Morelia y en Michoacán, no podemos darnos el lujo de aplaudir el retroceso. Es momento de mirar de frente al machismo y llamarlo por su nombre.
En días recientes, la diputada Giulianna Bugarini fue objeto de ataques y burlas en redes sociales por el simple hecho de portar una falda corta durante un acto protocolario en el que se reconoció la labor de los Bomberos de Michoacán.
Los comentarios, lejos de enfocarse en su papel como presidenta del Congreso del Estado, se dirigieron a descalificarla por su apariencia, reavivando ese machismo cotidiano que, aunque algunos prefieren maquillar como “opinión” o “libertad de expresión”, no es otra cosa que violencia disfrazada.
El gobernador Alfredo Ramírez Bedolla no dudó en señalarlo de manera contundente, al afirmar que como sociedad seguimos arrastrando creencias arcaicas que han limitado el progreso social. Las mujeres, dijo, son libres de vestir como les acomode. Y esa frase, tan sencilla como obvia, aún parece incomodar a más de uno.
La coordinadora de comunicación social del estado, Záyin Villavicencio, también subrayó que los ataques contra la legisladora no son simples críticas; son violencia, y el Estado no dará marcha atrás en la defensa de los derechos de las mujeres.
Ante este panorama, la propia Bugarini Torres presentó una denuncia ante la Fiscalía Especializada en Delitos de Violencia de Género. Lo hizo, dijo, no solo en su calidad de diputada, sino como mujer y como madre. Recordó que mientras ella fue atacada por usar una prenda, miles de michoacanas enfrentan cada día realidades mucho más crueles: violencia doméstica, agresiones físicas, violaciones y, en los casos más extremos, feminicidio.
Su mensaje fue claro: “La violencia de género, bajo ninguna circunstancia, se debe normalizar”.
Una sociedad que retrocede
Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar. En pleno 2025, seguimos presenciando cómo parte de la sociedad dedica más energía a criticar la ropa de una mujer que a evaluar su trabajo legislativo o su compromiso político, lo que a grandes luces muestra un claro atraso cultural y social.
Mientras desde el Congreso se promueven leyes para prevenir y sancionar la violencia contra las mujeres, desde el anonimato de una pantalla muchos se empeñan en replicar la misma violencia que dicen rechazar. Se grita libertad de expresión, cuando en realidad se ejerce un linchamiento digital que solo perpetúa el machismo.
El punto de congruencia
La denuncia de Bugarini no es un acto menor ni un capricho personal. Es un mensaje fuerte. Ni la ropa, ni la apariencia, ni la condición de género deben ser pretexto para descalificar, atacar o violentar. La verdadera libertad de expresión no debería ser utilizada para degradar, sino para construir un debate más digno y respetuoso entre la cumbre política, y la ciudadanía. Además de que paso desapercibido por completo, el anuncio de Bugarini a favor de los cuerpos de emergencia, tras anunciar una reforma para dignificar su labor.
Lo ocurrido debería indignarnos como sociedad, no por la falda, sino porque seguimos demostrando que aún cargamos con cadenas de prejuicios que impiden avanzar hacia una cultura de igualdad.
En Morelia y en Michoacán, no podemos darnos el lujo de aplaudir el retroceso. Es momento de mirar de frente al machismo y llamarlo por su nombre.